miércoles, 11 de noviembre de 2009

El Papa que derribó El Muro

El 17 de Agosto de 1980 en Castel Gandolfo, su residencia de verano, el Papa Wojtyla miraba en la televisión el noticiario de la RAI con interés, ya que Polonia esa tarde estaba de plena actualidad. En Gdansk, a las orillas del Báltico, miles de obreros en huelga ocupaban las fábricas Lenin. La tensión, en el corazón del bloque comunista, se mascaba. A menudo, la cara de Juan Pablo II se fijaba con atención en las imágenes que aparecían en el televisor y parecía que le sorprendían. En la pantalla de su aparato, el Papa veía con nitidez como los obreros de Gdansk colgaban, en las verjas de las fábricas, su propia imagen, su propio retrato...
La historia estaba cambiando. Desde la revuelta obrera de Berlín-Este (1953) hasta la Primavera de Praga (1968) pasando por la insurrección de Budapest (1956), nunca ninguna revuelta popular en la Europa del Este había tenido una connotación religiosa. Esta vez, los representantes de la clase obrera –los auténticos, no los burócratas del Partido que pretendían ser la “vanguardia”- asisten a misa cada mañana, rezan a la Virgen María sin complejos, y aclaman insistentemente al Soberano Pontífice, al Papa polaco que les había visitado hacía un año, al poco tiempo de ser elegido por el cónclave. Todos los polacos guardan en la memoria el extraordinario viaje pastoral del antiguo Arzobispo de Cracovia por toda su patria, en Junio de 1979. Viaje que será la primera brecha en el inexpugnable Telón de Acero comunista.
En el momento de la distensión entre el Este y el Oeste, y mientras que el comunismo continuaba avanzando en el resto del mundo (de Angola a Laos y de Mozambique a Afghanistán), solamente un Papa venido del frío podría haber afirmado, en medio de todo tipo de censuras, que el poder comunista era un “paréntesis” en la vida de Polonia y que la división de Europa en dos bloques era un “accidente” de la Historia.
“No tengáis miedo” había dicho el Papa eslavo el día de su entronización, en Octubre de 1978. En Checoslovaquia, en Hungría y también en las regiones católicas de la URSS (Lituania, Ucrania occidental) habían captado el mensaje. ”Abrid, abrid las fronteras de los Estados” había gritado en su primer viaje al Este, en el famoso mes de Junio de 1979, antes de reclamar insistentemente, en sus discursos y homilías, la reunificación de Europa.
Juan Pablo II multiplicó los signos y mensajes a los cristianos de los países comunistas, a los que formaban la que se llamó la Iglesia del silencio. Karol Wojtyla había dicho en Asís, algunos meses después de su elección: “Ya no existe más la Iglesia del silencio, ya que ella habla por mi boca”. Mensaje que fue captado al instante por todos los disidentes del Este, fueran los Vaclav Havel, los Jan Patocka o los Adam Michnik. Algunas semanas más tarde, en unas declaraciones a la BBC, Alexander Solhenitsyn se entusiasmaba: “Este Papa es un don del cielo”.
Un día había preguntado el sangriento dictador Stalin con ironía, refiriéndose a Pío XII: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”. Juan Pablo II no era ni un militar ni un político. Las divisiones del Papa eslavo eran todos los cristianos del Este, sobre todo los que aparecían al frente de la contestación: Lech Walesa y el Padre Popieluszko en Polonia, Tomasek y Vaclav Maly en Checoslovaquia, Doina Cornea y el pastor Tökes en Rumania... Las armas de Wojtyla eran sus palabras: en cualquier ocasión, este Papa humanista y políglota, apelaba a los derechos del hombre, a la libertad religiosa, a la dignidad humana, al derecho a la libertad y a la verdad. Unos valores especialmente subversivos en los países del socialismo real. Hasta el punto de que en toda la Europa Central, el atentado que sufre el Papa, en Mayo de 1981, a manos de Ali Agca, se le atribuye, sin duda, al KGB.
Al llegar Mikhail Gorbatchev al poder en la URSS, en Mayo de 1985, los occidentales son escépticos acerca de su capacidad para reformar el anquilosado sistema soviético. El Papa Wojtyla percibe que está sucediendo algo muy importante; que la glasnost y la perestroika le van a permitir tomar ventaja. Con motivo de la celebración, en Junio de 1988, del milenario de la Iglesia rusa, Juan Pablo II envía a Moscú a su Ministro de Asuntos Exteriores, el Cardenal Casaroli, para entablar un verdadero diálogo con Gorbatchev: éste asegura, siguiendo los dictados de su propia política reformista, que el tiempo de la lucha antirreligiosa ha terminado y acepta la propuesta de una entrevista con el Papa.
Cuando el 1 de Diciembre de 1989, el jefe del comunismo mundial venga a encontrarse con el jefe de la Iglesia católica en Roma, la partida habrá terminado: el Muro de la Vergüenza habrá caído y su régimen estará agonizante. Faltarán menos de dos años para que el Presidente de la URSS y Secretario General del PCUS se vea obligado a traspasar el poder a los nuevos amos de la Santa Rusia, de Ucrania, de Letonia, de Georgia, de Estonia, de Lituania, de Kazakhstan...El poder de los soviets se ha desintegrado. El Papa que llegó del frío ha derribado el Muro. Se ha desplomado el comunismo por la fuerza de la fe y el poder de la oración.
LUIS SÁNCHEZ DE MOVELLÁN DE LA RIVA
Doctor en Derecho. Abogado y Escritor

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