Por Fernando Santiago, publicado en El País (10-12-07)
Es muy complicado resistir la tentación de hacer juegos de palabras con el nombre del informe sobre la educación, lo mismo que a la hora de comentar la reacción de la Consejera andaluza del ramo. Como todo el mundo ha jugado con la torre inclinada, me centraré en la reacción chocarrera de Cándida Martínez a los resultados del Informe PISA para Andalucía, cuando dijo que no somos los últimos, somos los décimos de 10. Consuelo de perdedores, típica excusa de mal jugador. Si ser el décimo de 10 no es ser el último se entiende que Andalucía tenga tan malos resultados porque al frente del departamento correspondiente hay alguien con tal sentido del humor. Podría haber seguido: peor que tener malos índices de comprensión lectora es no saber leer, por detrás de unos malos resultados en ciencias está no saber sumar. No es de extrañar que la educación no esté en un momento excelente en Andalucía. Eso sí, vamos a perder una consejera ocurrente y el Congreso de los Diputados ganará una diputada dicharachera. Es lo bueno de los partidos, que cuando se quieren quitar a alguien de encima le buscan una salida diferente a volver a su trabajo.
Otra ocurrencia de Martínez fue achacar los resultados al atraso histórico. Puede que tenga parte de razón, lo que ocurre es que suena raro que ella no tenga ninguna responsabilidad, ni siquiera la Junta. Es chocante que no haya reconocido algún error o responsabilidad. No parece aventurado asegurar que algo tendrá que ver quien ha estado cuatro años al frente del asunto. Es cierto que antes que ella ha habido otros consejeros, de mayor fuste polìtico, como Manuel Pezzi, Antonio Pascual o Manuel Gracia, que tampoco debieron dejar una gran herencia al decir de la consejera.
La educación en Andalucía ha sufrido mejoras en cuanto a dotación e infraestructuras. Hay más profesores, hay mejores colegios, se ha puesto en marcha la gratuidad de los libros de texto, han llegado muchos ordenadores a las aulas (aunque no sabría decir si se ha cumplido el compromiso de un ordenador por cada dos alumnos). Incluso el llamado Plan Familia ha sido un éxito al conseguir ofertar a los padres comedor escolar, apertura del centro antes y después del horario escolar y actividades para sus hijos. Los numerosos programas para la coeducación, el fomento de la paz, el deporte y tantos otros han modernizado los centros educativos, no hasta el extremo de recuperar, a lo que se ve, el atraso secular al que hacía referencia Cándida Martínez. Los problemas que acucian a la educación son muchos y algunos graves. Falta dotación económica. En el gasto por alumno estamos a la cola de España, y ahí compiten todas las comunidades. Los profesores están mal pagados y desmotivados. La maraña burocrática hace que los docentes tengan que dedicar cada vez más tiempo al papeleo y menos a la enseñanza. La ratio de 25 alumnos por aula es demasiado elevada para una buena educación. Los padres ven los centros educativos como guarderías donde soltar a sus hijos, de ahí la demanda ciudadana de apertura de centros y el gran drama cuando llegan las vacaciones y no están entrenados para educar a sus hijos. La mayoría en realidad lo que desean es soltarlos en los centros para trabajar o descansar. Y más importante aún es el calamitoso sistema de conciertos, que hace que muchos padres lleven a sus hijos a centros privados concertados, la mayoría religiosos, mientras la escuela pública languidece o sirve como lugar de bienvenida a los hijos de los inmigrantes. Llama la atención que Finlandia, el país que ocupa el puesto número uno en la clasificación PISA, tenga un sistema público y universal. Francia, ejemplo para muchos, tiene una escuela pública y laica, centro de integración e igualdad para todas las razas y clases sociales. La educación debe ofrecer igualdad de oportunidades e integración. Incluso para consejeras cesantes.
Otra ocurrencia de Martínez fue achacar los resultados al atraso histórico. Puede que tenga parte de razón, lo que ocurre es que suena raro que ella no tenga ninguna responsabilidad, ni siquiera la Junta. Es chocante que no haya reconocido algún error o responsabilidad. No parece aventurado asegurar que algo tendrá que ver quien ha estado cuatro años al frente del asunto. Es cierto que antes que ella ha habido otros consejeros, de mayor fuste polìtico, como Manuel Pezzi, Antonio Pascual o Manuel Gracia, que tampoco debieron dejar una gran herencia al decir de la consejera.
La educación en Andalucía ha sufrido mejoras en cuanto a dotación e infraestructuras. Hay más profesores, hay mejores colegios, se ha puesto en marcha la gratuidad de los libros de texto, han llegado muchos ordenadores a las aulas (aunque no sabría decir si se ha cumplido el compromiso de un ordenador por cada dos alumnos). Incluso el llamado Plan Familia ha sido un éxito al conseguir ofertar a los padres comedor escolar, apertura del centro antes y después del horario escolar y actividades para sus hijos. Los numerosos programas para la coeducación, el fomento de la paz, el deporte y tantos otros han modernizado los centros educativos, no hasta el extremo de recuperar, a lo que se ve, el atraso secular al que hacía referencia Cándida Martínez. Los problemas que acucian a la educación son muchos y algunos graves. Falta dotación económica. En el gasto por alumno estamos a la cola de España, y ahí compiten todas las comunidades. Los profesores están mal pagados y desmotivados. La maraña burocrática hace que los docentes tengan que dedicar cada vez más tiempo al papeleo y menos a la enseñanza. La ratio de 25 alumnos por aula es demasiado elevada para una buena educación. Los padres ven los centros educativos como guarderías donde soltar a sus hijos, de ahí la demanda ciudadana de apertura de centros y el gran drama cuando llegan las vacaciones y no están entrenados para educar a sus hijos. La mayoría en realidad lo que desean es soltarlos en los centros para trabajar o descansar. Y más importante aún es el calamitoso sistema de conciertos, que hace que muchos padres lleven a sus hijos a centros privados concertados, la mayoría religiosos, mientras la escuela pública languidece o sirve como lugar de bienvenida a los hijos de los inmigrantes. Llama la atención que Finlandia, el país que ocupa el puesto número uno en la clasificación PISA, tenga un sistema público y universal. Francia, ejemplo para muchos, tiene una escuela pública y laica, centro de integración e igualdad para todas las razas y clases sociales. La educación debe ofrecer igualdad de oportunidades e integración. Incluso para consejeras cesantes.
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