Por Amparo Rubiales, EL PAÍS, 10-04-2.008
Las mujeres, desde el comienzo de los tiempos, aquellos en los que decían que "salíamos de la costilla de Adán", siempre hemos llevado "uniforme"; este ha variado, pero ha tenido una característica común: ser un uniforme para agradar o para servir a los hombres, y, si era posible, para ambas cosas a la vez. Lo grave es que todavía, en pleno siglo XXI, vivamos sujetas a esta "ley del agrado" no escrita, pero que es más fuerte y obligatoria que cualquier otra.
El universo de la discriminación contra las mujeres es tan variopinto, tan intenso y tan extenso, que resulta, en contra de lo que en ocasiones se cree, difícil de abarcar. Ser conocedoras del discurso de la igualdad entre mujeres y hombres es una especialidad de la que pocas personas pueden ser consideradas expertas. Aparentemente casi todo el mundo sabe de ello y, sin embargo, pocas conocen de verdad el por qué ocurre esto.
¿Cómo es posible que a estas alturas haya mujeres trabajadoras, enfermeras, por ejemplo, -para más escarnio-, que son obligadas por la empresa a llevar uniforme con falda corta, cofia y amplio escote? El objetivo, -lo dice el empresario-, no es otro que el de "agradar", y así lo especifica su contrato, y si no lo cumplen, se las sanciona.
Esto que ha pasado en una clínica sanitaria de Cádiz, no es una anécdota, sino una categoría mucho más habitual de lo que nos creemos; de lo que ha pasado en esta clínica nos hemos enterado porque las enfermeras, que allí trabajan, han tenido el valor de denunciarlo públicamente y, afortunadamente, los medios de comunicación se han hecho eco de ello, y se ha producido un cierto estupor social. El que esto ocurra, es una buena señal, pero, al mismo tiempo, es malo que estas cosas sigan pasando. No estamos ante un supuesto aislado. ¿Cuántas enfermeras, o similares, no están obligadas, por razones de supervivencia de diversa naturaleza, a llevar uniforme?
Siempre se trata de la utilización de un uniforme, de trabajo o de calle, para "agradar" al varón, -al otro-, y el problema está, ni más ni menos, que en la voluntariedad, en la libertad, de las mujeres para poder vestir como realmente quieran, y no como se las obligue.
Nadie discute la exigencia de que su forma de vestir no les debe impedir ser eficaces en su trabajo, el problema está cuando se supedita la eficacia a las formas de ejercicio del mismo, que es cuando aparece lo del "agrado". Lo importante no es que las enfermeras lo hagan bien o mal, si no que "agraden" a los pacientes, que son, en este caso, además los que pagan, y este "agrado" no tiene nada que ver con el buen hacer, sino con la apariencia sexual de las mujeres, porque eso hemos sido, y, todavía, seguimos siendo, "el oscuro objeto del deseo" masculino; la historia de la literatura, del arte y de la cultura nos representa o como madres dolientes -y la Virgen María es el mayor de este estereotipo-, o como "suministradoras" del placer masculino, -también habría muchos ejemplos-, porque históricamente se decidió que no teníamos vida propia, sino subordinada a la de los hombres, y además reproducíamos la especie, y esto nos ha marcado tanto que aún hoy sigue condicionando nuestra vida personal y profesional.
Y en esas estamos, tratando de sortear los obstáculos que nos impiden, o, al menos, nos dificultan, ser autónomas e independientes: en el vestir, en la expresión..., todo es muy triste, y recuérdense, por ejemplo, las imágenes de esas azafatas que en las carreras de coches o de motos, -ahora tan de moda-, presencian el triunfo, sin apenas ropa, mientras "las bañan" con el cava que sobre ellas derraman los campeones, -masculinos, por supuesto-; nuestro "destino" es el agrado o el cuidado de los demás, dependientes o independientes, porque a estos, a los "autónomos", a los que dirigen el mundo, es a los que más tiempo de nuestras vidas les hemos dedicado.
Los uniformes de las enfermeras, de las azafatas, de todas las que sirven, y de las mujeres en general, solo tienen que ver con esto del "agrado". Nuestra función ha sido reproducir, y ahora, que además queremos hacer otras cosas, nos recuerdan, con demasiada frecuencia, que no nos equivoquemos, que este no es nuestro papel, y las mujeres que se dedican al rol convencional, son "las triunfadoras" sociales, constituyéndose así en esos modelos de mujer que también con "uniforme", -en este caso de guapas-, van por la vida; si estas incumplen su contrato, la sanción no es de 30 euros de multa, como el de las enfermeras de Cádiz, sino que tiene que ver con su repudio de "esposa modelo"; a mi estas me preocupan poco o nada; han decidido buscar "el triunfo" de esta manera y peor para ellas, las que me interesan son las que están siendo obligadas por sus empresas, públicas o privadas, a llevar uniforme, con falda corta y escote, para "agradar" a una sociedad con unos valores culturales realmente inaceptables. Y, mientras, las mujeres siguen muriendo a manos de sus parejas, -sea cual sea el vinculo que a ellas les una-, pero son para ellos "culpables", porque han intentado acabar con el "uniforme" del agrado que como mujeres tenían que llevar siempre puesto.
Las mujeres, desde el comienzo de los tiempos, aquellos en los que decían que "salíamos de la costilla de Adán", siempre hemos llevado "uniforme"; este ha variado, pero ha tenido una característica común: ser un uniforme para agradar o para servir a los hombres, y, si era posible, para ambas cosas a la vez. Lo grave es que todavía, en pleno siglo XXI, vivamos sujetas a esta "ley del agrado" no escrita, pero que es más fuerte y obligatoria que cualquier otra.
El universo de la discriminación contra las mujeres es tan variopinto, tan intenso y tan extenso, que resulta, en contra de lo que en ocasiones se cree, difícil de abarcar. Ser conocedoras del discurso de la igualdad entre mujeres y hombres es una especialidad de la que pocas personas pueden ser consideradas expertas. Aparentemente casi todo el mundo sabe de ello y, sin embargo, pocas conocen de verdad el por qué ocurre esto.
¿Cómo es posible que a estas alturas haya mujeres trabajadoras, enfermeras, por ejemplo, -para más escarnio-, que son obligadas por la empresa a llevar uniforme con falda corta, cofia y amplio escote? El objetivo, -lo dice el empresario-, no es otro que el de "agradar", y así lo especifica su contrato, y si no lo cumplen, se las sanciona.
Esto que ha pasado en una clínica sanitaria de Cádiz, no es una anécdota, sino una categoría mucho más habitual de lo que nos creemos; de lo que ha pasado en esta clínica nos hemos enterado porque las enfermeras, que allí trabajan, han tenido el valor de denunciarlo públicamente y, afortunadamente, los medios de comunicación se han hecho eco de ello, y se ha producido un cierto estupor social. El que esto ocurra, es una buena señal, pero, al mismo tiempo, es malo que estas cosas sigan pasando. No estamos ante un supuesto aislado. ¿Cuántas enfermeras, o similares, no están obligadas, por razones de supervivencia de diversa naturaleza, a llevar uniforme?
Siempre se trata de la utilización de un uniforme, de trabajo o de calle, para "agradar" al varón, -al otro-, y el problema está, ni más ni menos, que en la voluntariedad, en la libertad, de las mujeres para poder vestir como realmente quieran, y no como se las obligue.
Nadie discute la exigencia de que su forma de vestir no les debe impedir ser eficaces en su trabajo, el problema está cuando se supedita la eficacia a las formas de ejercicio del mismo, que es cuando aparece lo del "agrado". Lo importante no es que las enfermeras lo hagan bien o mal, si no que "agraden" a los pacientes, que son, en este caso, además los que pagan, y este "agrado" no tiene nada que ver con el buen hacer, sino con la apariencia sexual de las mujeres, porque eso hemos sido, y, todavía, seguimos siendo, "el oscuro objeto del deseo" masculino; la historia de la literatura, del arte y de la cultura nos representa o como madres dolientes -y la Virgen María es el mayor de este estereotipo-, o como "suministradoras" del placer masculino, -también habría muchos ejemplos-, porque históricamente se decidió que no teníamos vida propia, sino subordinada a la de los hombres, y además reproducíamos la especie, y esto nos ha marcado tanto que aún hoy sigue condicionando nuestra vida personal y profesional.
Y en esas estamos, tratando de sortear los obstáculos que nos impiden, o, al menos, nos dificultan, ser autónomas e independientes: en el vestir, en la expresión..., todo es muy triste, y recuérdense, por ejemplo, las imágenes de esas azafatas que en las carreras de coches o de motos, -ahora tan de moda-, presencian el triunfo, sin apenas ropa, mientras "las bañan" con el cava que sobre ellas derraman los campeones, -masculinos, por supuesto-; nuestro "destino" es el agrado o el cuidado de los demás, dependientes o independientes, porque a estos, a los "autónomos", a los que dirigen el mundo, es a los que más tiempo de nuestras vidas les hemos dedicado.
Los uniformes de las enfermeras, de las azafatas, de todas las que sirven, y de las mujeres en general, solo tienen que ver con esto del "agrado". Nuestra función ha sido reproducir, y ahora, que además queremos hacer otras cosas, nos recuerdan, con demasiada frecuencia, que no nos equivoquemos, que este no es nuestro papel, y las mujeres que se dedican al rol convencional, son "las triunfadoras" sociales, constituyéndose así en esos modelos de mujer que también con "uniforme", -en este caso de guapas-, van por la vida; si estas incumplen su contrato, la sanción no es de 30 euros de multa, como el de las enfermeras de Cádiz, sino que tiene que ver con su repudio de "esposa modelo"; a mi estas me preocupan poco o nada; han decidido buscar "el triunfo" de esta manera y peor para ellas, las que me interesan son las que están siendo obligadas por sus empresas, públicas o privadas, a llevar uniforme, con falda corta y escote, para "agradar" a una sociedad con unos valores culturales realmente inaceptables. Y, mientras, las mujeres siguen muriendo a manos de sus parejas, -sea cual sea el vinculo que a ellas les una-, pero son para ellos "culpables", porque han intentado acabar con el "uniforme" del agrado que como mujeres tenían que llevar siempre puesto.
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