Hoy, como ayer, las dificultades económicas son características del vivir cotidiano de la mayoría de los estudiantes universitarios, o al menos, de parte de ellos. Si ahora son bien recibidos los dineros y provisiones familiares para hacer más llevadera la situación, tanto o más lo serían entonces. En los siglos XVI-XVIII el servicio ordinario de arriería, que permitía la comunicación entre padres e hijos, significaba para muchos estudiantes la posibilidad de recibir estas ayudas tan esperadas. Bien entendido que los recursos podían escasear, y terminar incluso. Llegado ese momento, al estudiante no le quedaba otro remedio que buscarse la vida por sí mismo.
Un buen ejemplo es la siguiente carta de un padre fastidiado a su hijo, pedidor pertinaz, que estudiaba en Salamanca:
"A Julián Larreta, mi hijo, en compañía del licenciado Simón Martínez. Salud. Con un envoltorio. Salamanca, 1630 […] Yo no puedo sustentarte en Salamanca, que si esos caballeros gastan tiénenlo sus padres con qué, y el tuyo no. Y si quieres ser estudiante sirve, o estudia en casa de tu padre. Yo, como te digo, no puedo sustentarte ni inbiarte un quarto […] Al señor licenciado Simón darás esos 50 reales que dices debes […] El portador lleva los 50 reales y tres longaniças y un lomo, y sabe Dios cómo busqué esta noche los 50 reales, que a poco más de dos meses que saliste de casa y te i inbiado al pie de docientos reales. Yo no puedo más. Catalina te inbía eso de puerco, que si no fuera por ella no lo llebaras […] Busques a quién servir porque no me enbíes a pedir un real, que no as dado tan buena cuenta de ti para darte crédito en nada; y acuérdate de lo que me gastaste en Alcalá, de tan poco probecho […] No escribas a tu tío, que no te inbiará un quarto".
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